Wednesday, September 19, 2007


Ayer vi la pelicua Agua (Water) de Deepa Mehta,
La historia transcurre en 1938, en la India colonial, en pleno movimiento de Independencia liderado por Mahatma Gandhi.


Según las creencias hindúes, cuando una mujer se casa, se convierte en la mitad del hombre. Por lo tanto, si él muere, se considera que la mitad de la esposa ha muerto. Los libros sagrados dicen que una viuda tiene tres opciones: Casarse con el hermano más joven de su marido, arder con su marido o llevar una vida de total abnegación.

La pelicula va mas o menos así: Se celebra una boda que bien podría ser un entierro: casan a Chuyia (Sarala), una niña de 8 años, con un moribundo que fallece esa misma noche. Se quema su cuerpo en la orilla de un río sagrado y Chuyia se prepara para el destino que han escogido para ella. Se le afeita la cabeza e ingresa en un ashram (una como casa) para viudas donde deberá pasar el resto de su vida, convertida en un altar viviente consagrado a la memoria del fallecido.

Pero el ashram, gobernado por una especie de enorme gárgola llamada Madhumati (Manorma), es una farsa que controla la vida de las reclusas. El "chulo" local le trae ganja (marihuana), que fuma con placer, y ella le entrega a las viudas más jóvenes para que se prostituyan hasta que pierden su atractivo y dejan de ser lucrativas.

El agua es una constante en la película, no sólo como metáfora, sino también como instrumento. A la orilla del río, Kalyani (Lisa Ray) conoce a Narayan (John Abraham), un joven idealista seguidor de Gandhi, hijo de brahmanes, la casta social más alta de la India.

Estudia derecho, está entusiasmado con la revolución social pregonada por Gandhi y más que dispuesto a rechazar los límites impuestos por una tradición secular. Con Chuyia actuando como mensajera, su imposible relación empieza a florecer.


Notas de la directora

Algunas imágenes se graban en la mente de forma indeleble. Hay una imagen que lleva diez años conmigo, la de una viuda en la ciudad santa de Varanasi en India. Doblada, el cuerpo arrugado por los años, el cabello blanco rasurado, iba de un lado a otro a cuatro patas, buscando desesperadamente algo que había perdido en la orilla del Ganges. Su tristeza era obvia mientras buscaba entre la muchedumbre de peregrinos. Nadie le hacía caso, ni siquiera cuando se sentó y empezó a llorar, consciente de que no encontraría lo que había perdido.

La imagen de esa viuda, sentada en cuclillas, abrazándose las rodillas, la cabeza inclinada ante su derrota, se me quedó grabada en la mente y me dio la idea para el guión que, diez años más tarde, se convertiría en "Agua".

Estaba en Varanasi dirigiendo un episodio de "Las aventuras del joven Indiana Jones", una serie de televisión de George Lucas. Por la mañana, solía pasear por la orilla del Ganges. Entre los peregrinos había viudas hindúes condenadas a una vida de privaciones por culpa de unas creencias desfasadas. Venían a Varanasi a morir. Si morían en la orilla del río sagrado, tenían la salvación asegurada.

A pesar de que soy hindú, las viudas seguían siendo un misterio para mí hasta que empecé a investigar para escribir el guión de "Agua", la tercera película de mi trilogía después de "Fuego" y "Tierra". Su situación me conmovía profundamente. Estas mujeres viven de acuerdo con el contenido de un texto religioso de más de dos mil años de antigüedad.

"Agua" transcurre en 1938 cuando todavía era habitual casar a las niñas. A menudo se las casaba con hombres mucho mayores que ellas por razones económicas. Al morir el marido, se encerraba a la esposa en un ashram o casa de viudas. Dado que las familias consideraban a las viudas una carga económica, la mayoría acababa en una de esas casas. Decidí escribir la historia de una viuda de 8 años cuya presencia en el ashram cambia la vida de las demás, sobre todo la de Shakuntala y Kalyani.

En el año 2000, después de obtener todos los permisos necesarios y la aprobación del guión por parte del gobierno de la India, los actores y el equipo técnico viajaron a Varanasi para empezar el rodaje de "Agua". Después de seis semanas de preparación, empezamos a rodar en la orilla del Ganges. Lo que ocurrió a continuación fue algo totalmente inesperado. A los dos días, se desataron violentas protestas protagonizadas por fundamentalistas. Se acusó a la película de ir contra la religión hindú, los decorados fueron destruidos y tirados al río, quemaron una efigie mía, y las manifestaciones se sucedieron en las calles de Varanasi. Atónitos, intentamos pedir ayuda al gobierno local, que había dado el visto bueno al rodaje, pero no sirvió de nada. Ante las crecientes protestas y amenazas, nos vimos obligados a suspender el rodaje.

Me di cuenta posteriormente de que "Agua" reflejaba lo que ocurría en India, el ascenso del fundamentalismo hindú y de la absoluta intolerancia hacia cualquier cosa que lo cuestionara. Por lo tanto, éramos el blanco perfecto.

Terminar "Agua" se había convertido en una misión personal, pero el productor David Hamilton y yo tardamos cuatro años en conseguir revivir el proyecto en Sri Lanka. Arriesgarse a rodar en India era una locura. Tuve que cambiar de reparto y sustituir a la luminosa Nandita Das, la protagonista de Fuego y de Tierra, por Lisa Ray, una actriz más joven. Seema Biswas, que se hizo famosa por La reina de los bandidos, aceptó el papel de Shakuntala, que debía interpretar Shaba Azmi. John Abraham, una auténtica estrella en Bollywood (Bombay, el centro cinematográfico de India), es Narayan, el joven idealista seguidor de Gandhi del que se enamora la frágil viuda Kallayani. Para el papel de Chuyia, encontré a una niña en Sri Lanka. Sarala viene de un pueblecito cercano a Galle. A pesar de no haber actuado antes, para ella es lo más natural. El problema era que no hablaba indio ni inglés. Aprendió los diálogos fonéticamente y la dirigí a través de un intérprete y por gestos. Es asombrosa.



Ahora que la película está terminada, puedo mirar atrás y pensar en el camino que hemos recorrido. Pasamos por todo, angustia, amenazas de muerte, decisiones políticas, la cara más fea del fundamentalismo religioso, y a veces me pregunto: "¿De verdad ha valido la pena?". Entonces la imagen de esa viuda que vi hace diez años surge ante mí, y la veo sentada en los escalones que llevan al Ganges, su boca desdentada abierta, emitiendo sonidos desesperados. Más tarde me enteré de que había perdido sus gafas. Sin ellas, apenas veía.

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